Antes del Paraíso

16.02.2024

«A mi padre, a mi madre, les faltaba alguna cosa».

No es que esta frase sea una de las más brillantes del libro, pero si la traigo aquí, a esta ventana, es porque estoy segura de que a todos nos falta más de una cosa (por eso, como el padre de Jorge en el primer relato, escribimos y, sobre todo, por eso leemos). Que sobre esa ausencia, sobre ese vacío, sobre esos huecos, se construyen todas las vidas. Se agrupan, para mantenerse a flote, las familias, centro de estas ocho narraciones en las que Pedro Ugarte se para a mostrarnos hechos tan domésticos y pedestres como la organización de los fines de semana en torno a las actividades deportivas de un hijo (o una hija en este caso); el abandono en la bebida de unas existencias cobradas por la monotonía; visitas a concesionarios de coches sin intención de comprar ninguno, por el mero placer de qué (¿de sentirse superior al vendedor?, ¿de humillarlo por gusto?, ¿de enfrentar distintos e iguales tipos de fracaso?, ¿de posponer un deseo irrealizable?); el refugio en un pasado glorioso que no fue tal, salvo por el hecho de haber rozado mínimamente las manos de un monarca extranjero (esos tristes papanatismos tan frecuentes y enternecedores); la separación civilizada de un matrimonio sin vistas al mar; los mimos y regalos exagerados hacia el último descendiente de una extensa familia como fórmula de lavar las conciencias por estar tan separados y tan ausentes.

Porque al deseo de volver al paraíso que da título al libro se aplican sin éxito los protagonistas de estas narraciones, los distintos Jorges que bien podrían ser el mismo pues, al fin y al cabo, nos parecemos tanto, queremos y odiamos tanto a nuestros padres, nos sentimos tan solos, vivimos en las mismas ciudades con las mismas rutinas, que no podemos sino sentirnos identificados con lo que aquí se narra, con las vidas insignificantes y sus proyecciones en las existencias ajenas (léase en ese sentido «Pequeñas cosas tristes») que significan la paternidad.

A esa identificación, a ese reconocimiento contribuye la manera sencilla, inteligente y natural que exhibe Pedro Ugarte de contar, de levantar algo extraordinario sobre lo más ordinario y anodino del mundo. No hay relatos con sorpresa, grandes anécdotas, remates de ningún tipo, pues la mayoría de las historias quedan en suspenso, a medio camino de su propia continuación. Los que hasta hace poco estábamos acostumbrados a que las obras literarias siguieran el clásico esquema de planteamiento, núcleo y desenlace (estoy siendo reduccionista, pero ya me entendéis), sabemos, sin embargo, que la vida nos depara otros recorridos en los que raramente aparece el término «fin» con el fin, valga la redundancia, de tranquilizarnos. De hecho, el mismo Ugarte nos lo recuerda en «Cliente fantasma»: «En la vida, las historias no terminan, o terminan de forma abrupta, inesperada, sin verdadera coherencia argumental. Las historias, en la vida, terminan como en las películas baratas, como en las novelas mal escritas».

Por otra parte, me gustaría añadir que Antes del Paraíso no es un mero conjunto de relatos, una acumulación de anécdotas que casan poco entre sí. No solo el nombre repetido del narrador, las escenas reales en torno a la escueta realidad de la familia, ese microcosmos donde todo se produce y se reproduce a pequeña escala, la forma ágil de narrar, sirven de hilo conductor de esta antología; también la sensación general que nos deja de que la felicidad no existe, el tono que consigue el autor con una maestría envidiable, contribuyen a que lo leamos como un todo, como distintas facetas o caras de un prisma (un octaedro, por decir algo) transparente con el que mirar el entorno.

En fin, por eso, y por más cosas que tendréis que descubrir leyendo este libro, me han gustado tanto los cuentos que componen Antes del Paraíso. Por su parecido con la realidad, por su verdad y verosimilitud, lo que demuestra una vez más que la Literatura no está obligada a inventar nada, que solo se fundamenta en eso. En algo tan sencillo como saber contar aunque nada se cuente. En emplear las palabras justas, el espacio exacto para hablarnos a nosotros mismos, para hablar de nosotros mismos. Para exponer nuestros fracasos, nuestros sueños, nuestras mentiras. Nuestra mediocridad. La envidia por la suerte ajena, que nos hace aún más infelices (léase al respecto «El premio»). Nuestras «insatisfacciones esenciales», nuestro propio «infierno íntimo» que poco o nada tiene que ver con el anunciado paraíso al que ansiamos regresar.

Elena Marqués

Pedro Ugarte Tamayo (Bilbao, 1963) estudió Derecho en la Universidad de Deusto. En la actualidad es responsable de prensa en la Universidad del País Vasco. Ha colaborado con Radio Euskadi, en el diario El Correo y en la edición vasca de El País. Finalista del Premio Herralde en 1996, ha obtenido, entre otros, los premios Nervión de Poesía, Euskadi de Literatura, Papeles de Zabalanda, NH de Libros de Relatos, Lengua de Trapo y Logroño. En 2009 recibió el Premio Julio Camba de Periodismo. Parte de su obra ha sido traducida al italiano, francés, euskera, inglés, alemán y polaco. Con su libro de relatos Nuestra historia obtuvo en 2017 el Premio Setenil.