La nave de los locos
Son muchos y muy variados los dementes que desfilan por ellas. Por eso bauticé a este libro con el nombre de uno de sus relatos, La nave de los locos, por pensar que bajo ese título los representaba a todo. La mayoría, en realidad, son apenas bienintencionados ensayos de narración que no llegaron a ninguna parte, inocentes redacciones que naufragaron en las orillas de algún concurso literario o fueron terminadas de mala gana en un ataque repentino de impaciencia.
Escribir es para mí un modo más o menos coherente de salvarnos de la esquizofrenia que nos ha tocado en suerte; de sumar historias domesticadas a este mundo salvaje que ya se mueve demasiado deprisa, que no controlamos y donde bullen tantos personajes indeseables de los que nos gustaría prescindir. Es una manera de camuflar nuestros deseos criminales, que también abundan; y de enmascarar las frustraciones bajo perdedores e idiotas que son ahora protagonistas y héroes en su elegante capitulación; de convertirnos en pequeños dioses que mueven a su antojo los hilos de la trama y los pasos de sus personajes, enredándolos más que poniendo orden por una malsana ambición de destrozarles la vida. Pero escribir es también una forma de salvar, y de preservar del olvido, a quienes nos caen simpáticos.